Caminar desde Santiago hasta la
capital es algo que no debería hacerse si no hay en la conciencia algo tan
digno del sacrificio humano como la Educación.
Nos tendimos por la carretera como un tiro de escopeta que
resonaría a más de 160 kilómetros, y Santiago con su monumento erecto, igual a
la testarudez de Febrillet, quedó atrás.
A la salida todo era genial. Las batas blancas de los
estudiantes de medicina y la bulla de los que gritaban consignas hacían de la
marcha un hospital móvil. “Aleeerta”, coreábamos, y las voces se iban en una
ola repetitiva que explotaba “alerta, alerta, alerta que camina, la lucha
estudiantil por América Latina” Los
carros al pasar nos animaban con sus bocinas, y el pito al parecer ensayado se
aunaba a nuestras voces “Y dile que sí que vamos a llegar” “Y dile que sí que
vamos a llegar, porque tamo armao, armao de valor”, respondíamos.
Ni el cielo permaneció indiferente a nuestra entrega, su
concha azul derramó una mezcla de baba y lágrimas que nos protegió de la
insolación.
Después de un día de camino estábamos agotados, pero una
camioneta salida de la nada (como todo milagro) nos elevó la autoestima con la
canción Que Vivan los Estudiantes. En La Vega las barbas de Rogelio Cruz
(El padre) nos esperó con un locrio hecho con más devoción que ingredientes.
El segundo día el asunto era fácil; a las seis en pie y a
caminar hasta que los pies aguanten. Salvo las interferencias de la prensa y
algunas paradas obligatorias cuando los pies cansados de comer asfalto querían
respirar no paramos hasta dejar nuestros cuerpos deshechos sobre el mármol
blanco del CURNE, en Bonao.
El frío esa noche hizo de masajista y nos ayudó a estar en
pie a las cinco treinta. Tomé la Bandera Nacional que colgaba sobre un tubo y
con fuerza extraída de los huesos la
empujé hasta Villa Altagracia.
Ya el tercer día parecía como si Febrillet, nuestro “magnifico
Rector” hubiera orado a todos sus diablos para que nos impidieran la llegada a
la capital, pues la tormenta Sandy que por suerte pasaba por el país, no como
él que tenía dos años desbastándonos, descargó un diluvio congelado sobre
nuestras costillas demacradas. Pero cuando las gotas clavaban nuestras espaldas
las removíamos con valentía cantando “Vamos a llegar dile que si”. Esa tercera
jornada fue la más larga. Abusamos de nuestros cuerpos jóvenes y fuimos a caer
rendidos en el puesto de la Cruz Roja, en el peaje, más de sesenta kilómetros
pisoteados con unos pies destrozados por la humedad y la fatiga.
El Complejo B sirvió de estimulante a algunos de los
muchachos. Yo, sin embargo, alivié el cansancio con un pica pollo y unos vasos
de trigo con leche que remojé en pan.
Lo más la trayectoria fue que desaparecieron las diferencias
y sólo había una meta en común; llegar, no importaba cuanto nos costara, pero
llegar caminando, con nuestro honor al hombro. Exhibiendo eso de lo que carecía
el “magnifico”.
En el camino no hubo Ángel, Roberto, Rafelito, Rafael,
Saulo,…Deivi, Suleica…éramos Yo camino por mi UASD, una conciencia colectiva
como la que deseamos en la sociedad.
Por fin amaneció el jueves y además del dolor físico nos
separaban de la UASD unos veintiocho kilómetros que a medida que fueron
avanzando nuestros portentosos pies sobre la llaga sangrante del día se hacían
interminables. Cuando los habíamos reducido a nueve se nos unió un grupo grande
a darnos la bienvenida. Los que nos habíamos mantenidos firmes durante todo el
camino seguimos al frente y oíamos a los otros vitorearnos como al pequeño
ejército que acaba de ganar la batalla.
Como esperábamos el “magnifico” no nos recibió ni mucho
menos se tomó la molestia de enviar a recibirnos, como hubiera hecho cualquier
patán con algo de educación. A él le pagan para que dirija un puñado de vacas
que jamás osan llevarle la contraria ni decir ante una decisión tomada por su
infalible cerebro, ésta bocha es mía, no a un grupo de espíritus superiores abandonados
por una sociedad mediocre.
Por eso puso a la seguridad a que nos recibiera. Y de hecho
por una vez en su vida el tarado actuó como el Rector, pues se dio cuenta que
un montón de animales tienen más capacidad para tomar decisiones acertadas que
él.
Lo terrible fue que a todos les pareció bien que cerrara la
universidad cuando las otras estaban abiertas, bajo el alegato mentiroso de que
había un ciclón. Tampoco nadie dijo nada porque esa noche el traidor de la
Patria durmió en su cama de lujo, mientras el futuro del país estrujaba las
costillas deshechas en el charco de agua que se acumula frente a la Primada de
América.
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