sábado, 12 de marzo de 2016

Crónicas madrileñas 3


14 de febrero. 17 horas tiempo local (5:00 pm). Sentado en una unidad de la línea 1 del Metro empiezo a mal dibujar Madrid. Hay tanta gente apretujada en el pasillo  que no puedo ver el número del tren. La manía de mirar el tablero donde se marcan los cuatro dígitos amarillos o rojos es tal que  hoy me siento incómodo por no poder hacerlo. A penas tengo espacio para respirar.  Aún así saco la laptop, la abro sobre las piernas  y desentumo el cerebro. Me monté en la estación Alto del Arenal. En Buenos Aires, un señor con las piernas tan hinchadas como latas de aceite sube al tren y pide por él y sus hijos. En los trenes madrileños cada vez hay más gente mendigando, tocando o cantando por dinero. Para evitar el ruido y el ablandamiento de corazón Sabina revienta mis oídos, mientras los dedos galopan por el teclado. Vuelvo a casa de Joel Ramos, a sus ángeles de hueso, a la esposa en Nueva York, al padre muerto en República Dominicana, a los amigos, al recuerdo del barrio, al mundo que le  dejó el sabor maldito de sus calles. La comida dominicana que ha brotado de las manos de Joel me revive. Entonces con nostalgia me dice que debo contar su historia. Sus ojos líquidos miran a los dos angelitos que dan vueltas y gritos por el apartamento sin enterarse que su padre quiere eternizarlas. Las señala: “Lo hago por ellas. No me puedo ir de este infierno sin que sepan la verdad”, me dice secándose las lágrimas con el reverso de la mano derecha. Con un río de nervios  agitándose en mi interior le contesto que escribiré su historia,  que volveré el siguiente domingo para terminar la comida que mi estomago plano no pudo consumir y para que me cuente todo mientras lo almaceno en mi celular para luego armarlo a mi antojo en un libro.  Siento el recuerdo explotarle el corazón mientras su memoria busca en un pasado distante de este frío Madrid. El domingo siguiente vuelvo, pero está arrollado con su papel de padre. Me conformo con la comida de una semana. El gran libro tendrá que esperar. 

19 de febrero. En el Guadalupe hay una fiesta de disfraces. Nunca participo de estas cosas en República Dominicana, sin embargo aquí salto con un espíritu que solo es posible cuando la nostalgia y la distancia hacen una mezcla tan espesa que de quedarte en ella te suicidas. Así que en la oscuridad me pierdo entre el grupo de españoles que desmanteló el Salón de la Justicia y toda la cartografía infantil. Yo, en cambio, visto una degradación de Diablo Cojuelo. Lo trajo Crisleydi. Me encanta su espíritu patriótico. En su puerta tiene una pancarta gigante, donde se ven algunas playas nuestras y muchas de las actividades que ofrecemos a los turistas, con la frase “República Dominicana lo tiene todo”.

20 de febrero.  A las 10:15 nos montamos en un autobús hacia Cercedilla, en la cierra de Guadarrama. De camino las montañas blancas se ven como volcanes congelados.  Al desmontarnos del autobús lo primero que me llama la atención—además de las lágrimas de ángeles, derramadas sobre los patios, carros, y calles—son los nombres exageradamente largos de los negocios y calles. No me detengo a investigar su origen porque una fuerza extraña nos llama desde la montaña. Al parecer aquí tienen una afición por los nombres exóticos.  “Asadero de Ángel”, tienda “Me siento como quiero”, calle “La Divina Gracia de Dios”. Nada es menos de ahí. Nombres kilométricos. Un guía nos espera en el parqueo público, desde donde se ven las montañas blancas como celestiales Vesubios. 

A las 11:30 iniciamos el ascenso. Al principio nos divertimos con la nieve sobre los techos, los autos y la grama. Es la primera vez que veo el milagro blanco.  Antes de eso lo único que vi caer del cielo fueron rayos de sol que deshidrataban los sueños. 

Javier, el guía—un señor alto, delgado y de un espíritu tan dócil como su contextura— Luis Fajardo, director de jóvenes de la iglesia Adventista de Alenza, Estefanía, Karla Fabiola y Katia, tres mexicanas, Silvia, de Venezuela, y Franccesco, de Perú, nos arrastramos hacia lo desconocido. Parece una ascensión Divina.  Con el frío de la tarde termina el ascenso. Aun falta mucho por vivir en Madrid y el resto de Europa, así que no podemos ir al cielo.  “Cuando el camino al cielo es blanco”, pienso esa noche, tirado en mi cama, mientras rearmo el día en casi doscientos pedazos fotográficos que arrojo en Facebook. 

El domingo 21 inicio la clase de Portugués. Curso que propuse como una colaboración a la colonia brasileña de la iglesia Adventista en Madrid; ellos nos enseñarían Portugués yo les enseño English. Aunque es una lengua completamente nueva no se me hace difícil por su parecido al Español.

27 de febrero: Con el espíritu de nuestra independencia quemándome los huesos me arrastro por las calles de un Madrid que a las ocho de la mañana no termina de despertarse. Anoche me probé el disfraz de diablo cojuelo que usaré el lunes—cuando el Guadalupe nos celebrará nuestra independencia—y como Braulio, el colega dominicano del Master de formación de profesores, dice, una y otra vez, no sé porque carajo nos encanta tanto mezclar la independencia con carnaval. Sin embargo disfruto llevando esa máscara, siendo otro. También creo que todos llevamos una máscara eterna. Jamás me puse un traje de esos en República Dominicana, pero aquí es otra cosa. El frío, la nostalgia o la distancia hacen brotar un patriotismo posiblemente falso, como me dijo Ruth cuando le pregunté qué de dónde era y me contestó que de ninguna parte, pues nació en Argentina, sus padres son bolivianos y ha vivido desde que tiene memoria en Madrid. Así que con orgullo me mira a los ojos  y mientras nos despedimos  en Oporto reconozco en ella ese poder que poseen los seres universales. Antes de que se vaya alcanzo a maquinar una idea loca. La dejó evaporar. Al bajar las escaleras las barbas del Che se me enredan en el alma. Salto al metro, esa culebra metálica que engulle cadáveres día y noche. Me siento al frente de una señora de unos cincuenta años que no me quita los ojos. Mientras la música retumba en mis oídos y mis pies y manos vibran con el ritmo me pregunto qué me ve la señora. ¿El color moreno?, ¿el espíritu caribeño que se me escapa por los poros? Hemos pasado más de diez estaciones y siempre que volteo sus ojos verdes siguen en mí. No disimula una mierda. No le río. Sabina ronca "Yo me bajo en Atocha". La señora se queda en Plaza de España. Me siento aliviado.  Le digo adiós por la ventana, pues no ha dejado  de mirarme  aun cuando se aleja. Agita una mano tímida  y me devuelve una sonrisa espléndida que me alegrará esta independencia loca. Ahora el "Eclipse de mar" dice que han  hallado muerto al niño que yo fui, que el hombre de hoy es el padre del mono del año 2000. 

En la noche una invitación inesperada en Facebook y una conversación por WhatsApp me devuelve a Ruth.  

¿Sabes quién soy?, me saluda.

No, respondo con un emoticón de tristeza.

La chica de ninguna parte, confirma. 

Empezamos una conversación emocionante. Me doy cuenta que ama  la literatura casi como yo. No sé por qué no lo imaginé. No es raro que detrás de sus lentes coquetos se esconda esa pasión capaz de ponerle alas a los sueños. Quiere saber sobre mi carrera literaria, mis libros… Le envío una copia de “La última crónica del infierno” que devora al instante. Desde entonces siempre hablamos temas frescos. Es una mujer divertida.

28 de febrero. Hoy fue mi segunda clase de Portugués. Con cada practica mejoro la pronunciación y la escritura. También hoy Sarah Vallejos cumpleaños. Los muchachos se quedaron a celebrar con ella después de clases. Le di un abrazo donde vacié alguna parte hasta ahora inexistente.  Los dejo haciendo fotos que luego veré con nostalgia. Anoche Madrid estuvo fría. Caminar por Sol parecía una contradicción, pues el viento era tanto que te congelaba el alma. El resultado fue inmediato. Hoy un palpitar constante en la cabeza y una maldad que se me escapa por la nariz no me ha dejado quieto. Ahora escribo en la unidad R-8506, de la línea 6 (circular). Las miradas son las mismas solo que en diferentes caras. Una señora al frente que quisiera ver lo que pienso, casi todos metidos en los auriculares… Un niño rubio entra en Puerta del Ángel y se agarra al tuvo amarillo al frente de mí y por unos instantes me presta su vida. Al frente dos chicas al parecer dominicanas me miran mientras conversan. Una niñita china  se sienta a mi lado y comienza a saltar entre el asiento y el del frente, donde se han sentado la  madre, la abuela y el hermanito. Debe tener seis años. No quiero dejar de creer que son seis, así que no me atrevo a preguntar. 







El 29 de febrero celebramos la fiesta de independencia. La actividad debe ser a las 15: 30 (3:30), pero como el diablo nunca está en su puesto los aparatos de sonidos y videos no funcionan. Así que después de una vergüenza que nos repartimos como pudimos nos vamos a las habitaciones. El coordinador del colegio nos invita a repetir todo en la noche. Ahora es genial. Los españoles y nosotros nos mezclamos como un pueblo. En nuestros gustos no hay fronteras, colores y patria. Somos cuerpos que saltamos o mal pensamos al ritmo de la música. 

Entre febrero y la vesícula se llevan la salud de Welintong Vazquez— mi compañero de habitación y delegado de los dominicanos en el colegio—así que por una semana todo se complica. El miércoles 2 de marzo amanezco en el Hospital de Madrid. Al otro día tengo rodaje—como cada jueves— “Residencia 4”, está creciendo y con ella la demanda de tiempo.   “El Líder”, como ambos nos llamábamos, se queja de que ya son tres días que lo tienen sin  comer nada. “Usted cree que es fácil líder vivir de esta agüita (el suero)”, me dice. Algunos muchachos para mortificarlo le recalcan que después de la cirugía tendrá que durar otros tres días sin comer. 

El sábado 5 de marzo, cuando vuelvo de la iglesia, El Líder està en el cuarto. Lo trajeron su hermana Yona, Mariel, su novia,  y un montón de amigos. La habitación está repleta de gente y ruido —en mi cama hay sentados unos diez. Aunque me siento un completo extraño en ese espacio del que he respirado cada átomo no puedo evitar una sonrisa de satisfacción al ver al Líder  de nuevo en su cama. A penas tengo fuerza para alegrarme, pues el frío de Madrid y la brisa del invierno que se niega a dejar la ciudad me trajeron una gripe espantosa. Welintong tiene una cruz blanca sobre la barriga y un pijama de cuadros y muñecos rojos y negros que me hacen reír. Bromeando le dijo “Si un día me enfermo me ponen un pijama de hombre, por favor”. Estoy contento de verlo pero desgraciadamente para mí los momentos no son páginas en blanco donde se puedo escribir lo que se me antoje. Por eso a veces recurro a la maldición de las palabras habladas, esas cosas chillonas de las que tanto me arrepiento, y que una vez pronunciadas no tengo forma de corregirlas. 

El lunes 7 inicio algo que llevo años intentado, pero que en el Caribe es complicado. Un par de semanas atrás conocí a Anastasya y Raúl—una pareja húngara tan jóvenes que parecen hermanos. “Allá nos casamos a los dieciocho. No veo porqué hay que pasarse la vida solo si encuentras a la persona que amas”, me dices Anastasya con su acento extraño. Su deficiencia en el español la hizo acercárseme una noche, después de escucharme decir trabalenguas dominicanos. Así que nos pusimos de acuerdo para ella enseñarme Ruso al tiempo que le ayudaba a perfeccionar su Español. La idea de leer a Tolstói, Dostoyevski, Chéjov y el resto de escritores rusos en su lengua natal me d a coraje para cruzar esa frontera inmensa.

Viernes 11. Minutos antes de medianoche recibo la noticia de que el exrector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Mateo Aquino Frebillet, fue asesinado en un hotel de Santo Domingo. La violencia de antaño resucita con la sorpresa. A pesar de lo mal que administró la universidad siento una gran tristeza, pues nuestras luchas eran contra el sistema, no contra su persona. Así termina el viernes. Lo que sigue es una tos desesperante que me acompaña toda la noche. Al despertarme el frío continua en mis huesos y garganta. 

Hoy, sábado 12, vuelvo a La Poveda. Fue el primer lugar en las afueras de Madrid que visité. Ya Hacen cinco meses que estuve aquí. El camino en tren es hermoso. Me hace recordar la carretera del sur en República Dominicana. Hay un lago en medio del desierto donde se baña la vista fatigada por la llanura. Tengo la sensación de que el tren es una iglesia.  Encuentro en él adventistas con los que había coincidido en otras partes de Madrid. Raquel—una rubia, delgada y coqueta  rumana—que trabajó en la organización del único maratón que he corrido aquí, me saluda con esa gentileza solo suya. También van sus padres y hermano. El maratón fue por el día de las razas (12 de octubre), mi primera semana en Madrid. Desde entonces hemos coincidido en varios lugares y el afecto a penas cabe en nuestros pechos. En realidad hoy vine por Vianka y Katty, dos dominicanas en las que siento vivas mis raíces, y Vilma, la doña— le decimos mami. Es de Brazil y su único defecto es haberse traído todo el cariño de esa tierra. Joel también asiste a la iglesia de La Poveda, pero hoy no está. Imagino que el frío y su paternidad lo han guardado. 

En la iglesia el día es genial. No tengo dudas de imaginarla la puerta del cielo. Los himnos, las risas puras, los instrumentos que elevan acordes de adoración, la comida sana, después del culto… Todo es fantástico. No daría un día en ella por muchos en otro lugar que no sea una biblioteca. 

20:40, hora local (8:40pm.). Termino esta crónica en otra unidad del Renfe (Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles) de la que tampoco puedo ver el número.  ¿Destino o causalidad? No lo sé, pero hace casi un mes empecé a escribir en un vagón similar. Al parecer la ciudad es un inmenso tren. Sabina me sopla en los oídos “Pongamos que hablo de Madrid”.  Al frente una chica, creo que rusa, me mira cada dos o tres segundos. Tiene ojos grandes, universos que flotan ajenos al tiempo. ¿Se me escapa algo? Ah, sí. Imagino que la chantajista sexual del mes pasado se sintió defraudada conmigo.  ¿Damos el salto? Aquí vamos. 
………………………………………………………………………………………
Madrid es un caudal que se ramificaba en inmensas posibilidades. Cuando me baje en Nuevos Ministerios sé que el tren, igual que Madrid, seguirá corriendo. ¿Hasta dónde?  Me gustaría saberlo. 


No hay comentarios: