Cuando el país quedó sin Presidente, gobernaron las lágrimas
de papá. Él veía la juramentación con los ojos de sus orejas, pues el tiempo y
la diabetes le han carcomido los otros.
En el lapsus en que el Presidente saliente entrega la ñoña y juramentaban al nuevo, nos
sentimos en libertad, sin nadie que nos gobernara. Por eso las lágrimas de papá
corrieron libres, sin reproche, aunque después el muy macho diría que era agua
que tenía en los ojos inservibles. Pensé en los acueductos que había prometido
el mandatario en su discurso y me sorprendí de que ya estuvieran funcionando. Por
eso también lloré, pero lo hice cuando el elegido levantó la mano derecha para
privarnos de la libertad. Entonces me
volví rebelde y tomé las armas para pelear contra su régimen de palabras. No respeté
ninguna regla gramatical y le entré con rencor a su arenga mentirosa.
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