A la profesora Rita Barrett, por el
milagro de los idiomas
Una mezcla de Dios canta con voces de colores. Flecos rubios
y negros emigran de las gargantas y cruzan las fronteras para poblar países de
sueños. Naciones donde no habita el racismo, donde los idiomas y las culturas
son mitos del pasado.
Un dios de colores se resbala por las cuerdas de la guitarra,
por los mechones dorados... Salta de los
trampolines crispados (de los cabellos rebeldes) o se enreda en la lengua que
entre la memoria persigue la palabra perdida.
La canción aun no ha terminado y otro canto empieza a mi
lado. Son los acordes de la risa de una niña que desde su infancia les gatean los
sueños.
Entonces me quedo en el limbo que se abre entre la música
poliglota, el sonido de los labios infantiles y los ojos de Rosanna que se
pierden por la ventana del frente como una hermosa pradera.
Cesó la primera canción, la segunda es eterna. Nadie apaga
la melodía de unos labios cuando los abre la felicidad.
La guitarra, el chelo y los violines vuelven a sonar. Dios
ha vuelto a los cielos de los corazones sinceros. Aquí abajo ha quedado un
diluvio de paz en las almas que vuelan a la eternidad del reposo.
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