A Paula Neruda
A la que no puedo
escribir versos, a quien mis letras no impresionarían, le regalo mi alma, el
amor distorsionado por la forma.
No sé qué puedo
decirte en cortas líneas ¿Acaso una disculpa por la ausencia de arte? ¿mentirte,
entonces, para que creas mi lamento? No,
nada de eso, y me parece que eres tú la que inspira ésta última frase. Sabes que
prefiero tu ausencia a vivir mintiéndote, quemarme con la angustia del pasado,
tragarme el asco de mi muerte.
¿Qué hace este
difunto ante la vida de tus manos, ante la magia que sueltan tus dedos de oro decepcionados
de todo?
Tus cuentos son
La Piedra irónica que encerró a Lázaro. Nada contiene la furia de su mar
muerto. Allí yacen Eco, Ulises, Pan y Beatriz como ideas escapadas del Alma Infinita.
Es una pena maltratar
tus creaciones con mitología, seguir extendiendo este plato de condimentos mundanos,
estos gusanos que se comen la cuerva de tu sonrisa.
Y al final darme
cuenta que no he hecho nada, ni siquiera descifrar tu cariño.
No vine a refugiarme
en esto que llamo poesía para lograr tu perdón, los dioses no se inmutan con
babas de santo atormentado.
Es simplemente la
necesidad de escribir (aunque esa necesidad tiene nombre y apellido) tú más que nadie lo entiendes. No podemos vivir con eso dentro, porque de pronto nos
parece que los objetos toman vida y empiezan una danza mortuoria que nos
aniquila de un tiro en la frente. Por eso le damos rienda a lo que sentimos, y
lo mandamos al mundo de los ojos, para que lo persigan cazadores literarios,
esos bandidos que sin escribir son genios. Pero aquí decidimos vivir, esquivando a cada paso uno de ellos.
Así son mis líneas, sin sentimientos, sin metáforas,
sin arte... seca, como tú, pero repletas de los flecos literarios (que tanto odias) con que adorno cada
cosa.
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