A Camila Dujarric
Me senté lejos para imaginar sus ojos verdes clavarse en mi
piel tostada que a la distancia debía antojársele una oscura nube entorpeciendo
el destello de su sol.
¡Qué brillo!!qué fuego!¡qué mirada! No sé porqué digo sol,
si más bien, eran dos esmeraldas engastadas en el mármol de su cara.
Esa noche la cree, la eternicé y la amé apenas conociéndola.
Fue tanto el amor que despertaron en mí sus pupilas que al no poder deshacerme
de ellas, reviven en mi alma agigantadas como olas de un mar futurista.
También me contó aquella noche de sus antepasados, del África,
Israel, España y tanta idiosincrasia que no pude retenerla toda.
Hablamos sólo esa vez
(una corta y miserable vez), pero bastó para que sus verdes astros iluminen la
eternidad de mi memoria.
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