Las mesas repletas de vasos borrachos se bebían las voces
añejas que desaparecían en el horizonte del ruido.
Los ojos cansados ya no bailaban, se elevaban como pesados
telones sobre la inmensidad del cansancio.
Un dios aplaudía sobre el tambor del piso, donde los pies cían
como gotas de agua a la velocidad que imponía la música
Muchachas con ojos ardientes de alegría despilfarraban los
últimos minutos del año.
No había por qué estar tristes, excepto por la nostalgia que
se llevaba el difunto.
A medianoche todos moríamos; el año, los sueños, las risas,
la magia, el tiempo, la poesía...
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