A Rosanna Naftalí Pérez (Ros), mi
novia
Le debo tanto a tu distancia, a tu cara de ángel comprensivo,
al fuego que me derrite cuando te acercas, a tu pasión.
Le debo el alma a tu sonrisa, al poder de tu humildad, al
resplandor de tus ojos.
El centro de mi vida es tu amor, aunque a veces te lo
llevas rápido y dejamos de ser nosotros para convertirnos en fugitivos de la
circunstancia.
Guardo en mi casa montones de recuerdos tuyos. Me sobrarían
para la eternidad, pero los amontono como simples trofeos, porque disfruto la
seguridad de tenerte siempre. Así que no
harán falta. Esos pedazos de historia podrán usarse en otra cosa, tal vez en
armar poemas nostálgicos que la gente devorará con la misma melancolía.
Ros, he aprendido a disfrutar al máximo el poco tiempo que
pasamos juntos; tus estudios y los míos deshidratan la vida, lo sabemos. Por
otro lado está la distancia, los kilómetros de carretera, las tantas
obligaciones...
Hay cosas insoportables, pero ninguna iguala a la sensación
de tu partida. Cuando te vas se pierden los caminos del pensamiento y un mundo
giratorio arranca con tu último paso. Parece que la guagua que te lleva también
me arrastra. Y puedo sentir mis pies persiguiéndote a 180 kilómetros por
hora. Nos bajamos juntos en Sonador,
disfruto el verde del paisaje, miramos a ambos lados antes de cruzar la
autopista (dos camiones pasan, también persiguiéndose), nos montamos en el
motor y nuestros corazones tan juntos se aceleran con la máquina. El verde nos
envuelve y me doy cuenta que todo es uno; tus ojos, el campo, mi alma, la
vida…
Al regresar de mi ensueño, soportaría el tormento de la
muerte y no la idea de que te hayas ido. Te debo tanto como a mi otra novia. Sí ya lo sabes. Es que no
puedo vivir sin esa mujer. Sé que piensa en mí todos los días, que al servir la
comida y recordarse que ya no estoy en la casa escupe lágrimas saladas sobre el
piso de polvo. Son dos ángeles de diferentes edades, también por ella te debo
tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario