Hoy mis ojos
estaban como nunca. Me los comí enseguida. Querían escapar como dulces abejas de
lejanos palacios.
Me clavaron dos macizas
ponzoñas que ahora se infectan con su ausencia.
Hoy mis ojos
eran yo y el deseo, el deseo de hundirme en su mirada, de ser succionado por su
boca.
Deslicé mis
ganas por su pradera, por el talle esbelto de su cuerpo puro, admirable,
sublime. Hoy puedo
recordar aquel descenso sublime, una gota evaporada por el fuego de su piel.
La noche fue intensa,
cada segundo tenía infinidad de siglos que evolucionaban especies insaciables
de placeres. El baile de la carne empezó en sus caderas menudas, sensibles al
tacto de los sueños. Nos perdimos en la oscuridad, olvidamos que existían otros
universos. Fuimos fantasmas desnudos, de carne crispada, un ser perfecto.
Pero la noche
terminó al despegarme de tus ojos. Entonces volví a la nada, a beber silencio,
a imaginarme tierno tu carácter de roca, a sentir que vivo cuando no te miro…terminó
todo cuando Dios dormía.
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