Un ángel cayó, un
ángel murió, un ángel se fue y no volverá, se fue volando
en madrugada.
Cuando mamá me
dijo mataron a Delfín se me heló la sangre.
¿Cómo?
¿Qué pasó?
La pobre vieja
no pudo explicarme nada. En realidad no podía. Nadie podía. Ella con su timidez,
habitual del campo, era mejor con las caridades que investigando cosas, y
cuando se trataba de hechos de sangre el valor la abandonaba. Me contó de la
forma brutal de su muerte, que todavía no se conocía al autor de la masacre…
¿Es posible que
mueran los hombres de verdad en mano de insectos?, me
pregunté confundido. ¿Quién se atrevió a perforar un cerebro ocupado sólo en
trabajar?
Desde mi cabeza
un diluvio de ideas estremeció mis manos y cayeron furiosas sobre el teclado. Teníamos que encontrar al
responsable de que desde ahora cuando vuelva al campo no vea a Delfín detrás
del mostrador, donde se pasó la vida. Sólo salió de ahí esa noche y un hijo de…le
quitó la vida. En 30 años nunca lo vi en otro lugar. ¿Quién me saludaría con su
paciencia? ¿A quién le encajaría la franela y la barriga del que vive
despreocupado detrás del mostrador?
A su esposa una
vez me la encontré por casualidad aquí (en la Capital) y fue tan amable que me
reconoció al instante, aun cuando no pude hacer lo mismo. Le pedí que me
disculpara, que el ruido de la ciudad le come el cerebro al que viene del campo
y ese montón de excusas preparadas para circunstancias como esas. Hace muchos
años, y aun recuerdo sus ojos negros, llenos de amor y cariño.
Los hijos que
dejó huérfanos son geniales, estudiosos y tranquilos. Con tanto talento como
simpatía. A Melquín lo conocí cuando facilitaba un seminario de locución, fue
mi alumno una semana, y bastó ese lapso para establecer una amistad que traspase
los años.
A Gleidy me la
presentó la UASD. Cuando se vive en ese mundo las casualidades suceden con la
misma frecuencia con que entran y salen alumnos a su campus. Después las
fotografías de sus pasarelas y las conversaciones de Facebook se han encargado
de mantenerla presente.
No puedo decir
que conocía bien a Delfín ni a su familia. Tampoco pretender que mi dolor, ante
la tragedia de su partida, sea el mismo al suyos. No puedo asegurar ninguna de
estas cosas, pero quiero expresar mi más profundo dolor, asco y desprecio por
la forma inhumana en que un desequilibrado mental sacó del mundo a un ser que sólo se preocupó por trabajar
para el bienestar de su familia.
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