Es muy
importante no tratar de entenderme. No lo hagas nunca. Te puedes ahorrar muchos
males. Soy extraño, lo sabes. Te quejas a diario de lo mismo. “No me gusta tu
silencio, habla de una vez, cuéntame lo que sientes” y esa retahíla de palabras
que se te explota entre los ojos.
Quieres un mapa,
líneas que te hablen de mí, comparaciones que aun desconozco. Es tan difícil entrar
a la nada, abrirse pasos en mi oscuridad, tragarse un gusano...
No te he dicho
nada nuevo, esto lo puedes repetir de memoria. Soy un cobarde, un mito,
escapo de las explicaciones como de los compromisos, ambas cosas me parecen inalcanzables.
¿Qué buscas en
este imposible? ¿por qué arañarte con tantas espinas? No hay nada detrás del silencio. Mis labios son
mulas haraganas cargadas de barro. Imagino que no entiendes la metáfora, para eso
tendrías que ser como yo, con la libertad del campo pateándote las venas.
¿Entiendes ahora
por qué le corro a todo? ¿por qué el miedo a la opresión? ¿al matrimonio? ¿a cualquier
tipo de esclavitud, antiguo o moderno?
He dado tantas
vueltas para caer en lo mismo, para decirte las cosas que odias.
¿De qué hablas?
De mí, de esta
tortura, del acoso que me monta tu indiferencia.
Calla y cuéntame
de una vez lo que quiero.
No hay que
agregar. La única manera de entenderme es evitándome. Corre de mí, es la mejor instrucción que existe y cuando estés a una distancia considerable te darás cuenta si
fui luz o estorbo en tu vida.
Lo demás es silencio.
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